Esta mansión, conocida también en el municipio de La Oliva como la Casa de la Marquesa, constituye sin duda, el edificio más representativo de la zona.
Pocos son los datos que se conocen sobre su origen y evolución histórica. Algunos historiadores admiten que el germen del recinto se halla en la segunda mitad del siglo XVII. Otros, sin embargo, con mayor precisión, establecen su creación durante el coronelato de don Melchor de Cabrera Bethencourt, cuando corría la década de 1740. Sea cual fuere este origen, es indudable que el nacimiento de la vivienda parece estar ligado al linaje de estos apellidos.
En cualquier caso, el edificio primigenio debió de ser bien simple, engrandeciendo su perímetro y estructura a medida que transcurría el tiempo. Se ha advertido que la ampliación más profunda debió de tener lugar durante el coronelato de don Agustín Cabrera (1743-1828).
Más tarde experimentaría ciertos cambios, tanto por parte de don Cristóbal Manrique de Lara (1800-1870) como durante la permanencia en el lugar de su hija doña María de las Nieves (1844-1921), marquesa de la Quinta Roja tras su matrimonio, sin hijos, con don Diego de Ponte y Llarena, vecino de La Orotava (Tenerife) y poseedor de tal rango.
Declarada Bien de Interés Cultural desde 1979, su apariencia actual se debe a la intervención acaecida entre el 19 de diciembre de 2005, fecha en la que se firma el convenio que conlleva la restauración, hasta el 25 de noviembre del año siguiente, data que supuso la inauguración por los Reyes de España.
La fachada principal del edificio, orientada hacia el norte, ofrece una serie de vanos simétricos en las dos plantas, ocho ventanas en la planta baja y otros tantos balcones abiertos en la altura superior. Unos y otros quedan divididos en dos grupos de cuatro por la puerta de acceso. Sobre ésta se despliegan las armas del linaje Cabrera.
Parapetan ese sencillo pero imponente conjunto dos torres almenadas. El fin de estas piezas, propias de la arquitectura castrense, no es otro que el de mostrar el poder de sus propietarios.
La fachada que mira hacia el este ofrece una puerta, al parecer la principal del edificio primitivo. Frente a ella se halla un conjunto de almacenes y viviendas en la que moraban los administradores y personal de servicio.
En el lado opuesto, de apariencia más maciza, se halla un gran balcón cerrado , de mayor porte en origen, aunque unas fotografías realizadas hacia finales de la década de 1950 nos ofrecen este costado sin balcón alguno.
La zona posterior muestra asimismo un acceso hacia la llamada rosa del Coronel. La segunda planta, aquí, queda retranqueada.
El interior de la mansión se distribuye en torno a un patio de dos alturas , con galerías de madera en ambas. En la planta baja destacan doce pies derechos, con sus basas de piedra y pertinentes zapatas, que permiten la apertura de tres huecos en cada lado. Estos espacios quedaban rematados por arcos rebajados, retirados en la poco ortodoxa restauración última. Prueba de ello nos la ofrecen las diminutas molduras que, colocadas en el segundo tercio de la altura de los pilares, permitían su sustentación.
La zona alta, por el contrario, despliega veinticuatro, de modo que ahora son seis los huecos en cada lado del cuadrilátero. En el costado este del patio se abre la escalera, con peldaños en piedra de Tindaya y cierre en armadura mudéjar de par y nudillo.
El patio propiamente dicho disponía de una pajarera en el centro y azulejos en la zona baja de los paramentos, también desaparecidos. Las arquería rebajada, además, daba cierto ambiente de intimidad y sombra a esta zona baja, plagada, por los demás de abundante vegetación, que también asomaba en la zona alta. Este ambiente de solaz, sin embrago, ya no existe hoy.
Las cubiertas del edificio en sus costados norte y este vierten las aguas hacia el patio, en tanto que las crujías que miran el sur y oeste ofrecen cubiertas planas. Aquéllas muestran teja árabe, solución que llamaba a atención de algunos visitantes en tiempos pretéritos.
Las distintas dependencias de la zona baja eran destinadas al servicio, graneros, cuadras y zonas propiamente oficiales. Los espacios ubicados en la fachada principal constituían una zona netamente castrense, militar, y con un carácter más público. Bajo la torre oeste se hallaba el despacho, mientras que el otro extremo constituía una zona de vigilancia, pues dispuso de una escalera que permitía el acceso hacia las zonas superiores. La sala que se halla bajo el balcón debió de ser el archivo.
Bajo la galería volada de la zona trasera se ubicaba el almacén, y a su derecha la tahona. El espacio localizado en el centro de la misma zona, entre el patio principal y el posterior, es posible que acogiera al personal de servicio nocturno de la Casa.
El paramento posterior de la vivienda posee unos pequeños vanos que permitían la aireación del granero. Iguales aberturas disponen las salas que funcionaron en su momento como cuadras. Estas muestran, asimismo, aberturas en su zona cenital, hoy cerradas con claraboyas.
El piso superior acogía la vida diaria de los señores. Aquí se hallaba el comedor, que ofrecía y aún ofrece inmejorables vistas de la rosa y las montañas próximas. Destacan en él las alacenas, tres, de cierto aire isabelino. A los lados de esta dependencia se sitúan la cocina, el cuarto de baño y la despensa. El respiradero de la primera es una grandiosa chimenea que sobresale en altura, en tanto que, en el paramento que da hacia la galería interna, se observa un orificio cilíndrico que, según la tradición, servía para dar lumbre a los señores. El cuarto de baño, con salida hacia la reseñada despensa y la galería posterior, vio desaparecer, hace poco tiempo, su bañera. Junto a él se halla la despensa, habitáculo que aún conserva los soportes de las repisas. Estas tres piezas del edificio dan al paseo volado posterior.
Una vez se abandona dicho paseo por el costado oeste se llega a una nueva galería pétrea de cierta extensión, que permite el acceso a una recoleta capilla, que sigue la orientación tradicional este-oeste. Junto a ella, y ya en el costado oriental, se levanta lo que parece haber sido la sacristía del oratorio. Por el mismo costado oriental se llega a dos salas de iguales dimensiones, cerradas en artesa, ambas con dos ventanas hacia el exterior, si bien la más próxima al oratorio ofrece un solo vano que da paso a la galería, mientras que la siguiente muestra dos. Estos dos espacios fueron usados como salones en los momentos finales del siglo XIX. El ubicado más hacia el sur parece haber sido un salón oriental, en tanto que el contiguo era más clásico.
La primera sala que nos acerca a la fachada principal es la segunda altura de la torre. Entre ésta y su correspondiente en el extremo opuesto se hallan tres espacios. El central, el salón principal de la casa, ofrece dos balcones parapetados por bancos pétreos. El cielo, como en los anteriores, es de armadura mudéjar, cubierta en su momento por falsos techos, correspondientes sin duda a las reformas de ‘actualización’ llevadas a cabo, a finales del siglo XIX, por doña María Nieves Manrique de Lara. Este tipo de cierres, común en gran parte de la planta alta, no se conserva en la actualidad, salvada la excepción del espacio ubicado junto a la torre oeste. El ornato de tal sala, usada como gabinete, así como de su puerta de acceso, nos dirige hacia esa misma época. Las puertas que permitían el paso desde la sala principal hacia ésta, de espléndida factura, han desaparecido también, de modo que se conocen solamente a través de las fotografías realizadas poco antes de la venta del edificio al Gobierno de Canarias.
En el costado oeste se hayan otros cuatro espacios, tres de ellos usados como dormitorios. El que resta, con dos aberturas, una hacia el exterior por un balcón volado, y la otra hacia la cubierta transitable, sería también una sala de estar.
Quedan en esta planta cuatro habitáculos más, levantados a ambos lados de la caja de escalera. Los más recoletos, con abertura hacia el sur, eran los retretes. El mayor situado al otro lado, con acceso hacia el salón principal, debió de ser asimismo un dormitorio.